miércoles, 27 de agosto de 2008

El canciller y el arzobispo

Con estos singulares nombres bautizó Capablanca (apodado "El Mozart del ajedrez" por su genio precoz) las dos piezas nuevas que introdujo en su intento por reformar el ajedrez clásico, cansado de las continuas y crecientes tablas que se daban en los enfrentamientos entre grandes maestros.


El canciller se mueve indistintamente como torre y caballo.



El arzobispo se mueve indistintamente como alfil y caballo.



Para dar cabida a estos nuevos y poderosos adversarios Capablanca imaginó un tablero de 10x8 donde el arzobispo se ubica entre el caballo y el alfil en el lado de la reina mientras que el canciller hace lo propio en el lado del rey, escoltándolo.



















Las posibilidades que esto produce dan lugar a hechos tan insólitos como que el arzobispo sea capaz de dar mate por sí mismo a un rey solitario (algo que ninguna pieza ni algunas combinaciones de piezas siquiera pueden lograr en el ajedrez convencional) cuando éste está situado en un rincón y el arzobispo se encuentra en diagonal con una casilla de por medio.

Aunque ha habido muchas variantes antes y después del Ajedrez de Capablanca, no cabe duda de que la del hombre que según confesión propia "aprendió a jugar al ajedrez antes que a leer" es una de las más elegantemente originales y destructivas.



















Izquierda, arzobispo negro. Derecha, canciller blanco. ¡Jaque remate!

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